jueves, 4 de agosto de 2011

Ahora lo sé. Soy una perra de la calle de la vida, recién me di cuenta... de esas que recorren todos los vecindarios mientras les den las patitas buscando encontrar miradas y con suerte, un poco de cariño. 
Soy de esas que ven a las personas y las siguen y cuidan hasta que llegan a su casa pero que nunca las dejan pasar, la fiel compañía de día y de noche, las que se sientan a su lado nunca a ladrar, sólo a escuchar. 
Soy de esas que conmueven a las personas hasta el nivel de la lástima... pero allí se queda todo (como siempre)... en la lástima. De esas que compran con los ojos, pero a las cuales nadie les devuelve algo.
Una perra que salta de felicidad por una caricia, que baja las orejas y se esconde con la cola entre las patas ante cualquier reto, que mira cómo entran y salen las personas de su vida como si fueran agua de una canilla rota.
De esas a las que todo el mundo adoptaría pero que de todas formas nadie quiere, de las que sueña con un lugar al cual volver mientras se tiran panza arriba debajo de algún rayito de sol, de esas que tienen más historias para contar que Cortázar... ¿Pero qué entienden ellos de nuestro lenguaje? ¿Cuánto saben ellos acerca de ver mil caras por día y no reflejarse en ninguna? ¿Qué saben sobre cómo guardamos en el alma con tanto recelo una caricia que ellos dieron para ocupar un poco de tiempo? 
Soy una perra de la calle y las personas son muy crueles.
Y es que hoy lo reafirmo, los corazones se rompen todos-los-días.



No te voy a cansar con más poemas.

Digamos que te dije
nubes, tijeras, barriletes, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.

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